lunes, 5 de enero de 2009

¿Preservar o demoler? Las oportunidades que ofrece un patrimonio edilicio puesto en valor

El patrimonio urbano y arquitectónico constituye una manifestación de la memoria colectiva, que testimonia la producción cultural heredada. Si bien remite al pasado, también contribuye en el presente a conformar identidad en los ciudadanos y a desarrollar un sentido de pertenencia que una comunidad comparte en un espacio histórico y simbólico. En tal sentido, cómo conservarlo, de qué modo intervenir sobre él y bajo qué premisas hacerlo resultan ser algunos de los interrogantes sobre los que ahonda la entrevista con el Arq. Marcelo Magadán, reconocido especialista que ha intervenido en la recuperación de obras emblemáticas, como la Basílica Nuestra Señora de la Merced, el Teatro Nacional Cervantes, las Galerías Pacífico, el Mercado de Abasto y el Teatro Colón.


POR EL ARQ. GUILLERMO TELLA, CON LA COLABORACIÓN DE ALEJANDRA POTOCKO ()


03:00
-¿Qué oportunidades le ofrece a la Ciudad un patrimonio edilicio puesto en valor?

Desde hace varias décadas, la normativa internacional en el campo de la conservación recomienda que los edificios recuperados se destinen siempre a un uso concreto. Paralelamente, existen determinadas exigencias actuales de tipo funcional, tecnológica y de confort a las que el edificio debe dar respuesta. Pero que un edificio haya que preservarlo, que no pueda demolerse, no significa que deba “congelarse”.

El proyecto de recuperación edilicia debe alcanzar un equilibrio entre las soluciones que satisfagan sus requerimientos y demandas y, por otro lado, conservar los elementos que caracterizan al edificio, aquellos que le dan valor y lo diferencian. Los resultados de esta ecuación pueden ser muy buenos.

Hay que tener en cuenta que muchos de los edificios existentes son de excelente construcción. Materiales nobles y espacios generosos facilitan su recuperación y su reutilización, respectivamente. Además, esa recuperación se hace con una inversión menor a la que se necesita para llevar adelante un proceso de renovación edilicia, que parta de la demolición de lo existente.

-¿Cómo define a Buenos Aires en relación con el grado de preservación de su patrimonio?

En el actual escenario, Buenos Aires parece descubrir su vocación turística y los edificios históricos representan un nicho novedoso en el cual invertir. En esa línea, es necesario saber cómo hacerlo para aprovechar al máximo el capital físico disponible. En la ciudad, cada vez tenemos más ejemplos de edificios rehabilitados y es indispensable desde el Estado apuntalar esos desarrollos.

Hoy contamos con dos herramientas de apoyo al cuidado de edificios catalogados: la exención del pago de la tasa de ABL y la compensación de la capacidad constructiva. Esta última fue aplicada con éxito para salvaguardar el Teatro del Picadero.

No obstante, podría pensarse en políticas que destinen una mínima parte de lo que recaudado a colaborar con los propietarios en la conservación del recurso patrimonial, dado que este acervo constituye uno de los principales motivos de atracción de los turistas que extranjeros que visitan la ciudad.

Yendo un poco más allá, los ciudadanos nos debemos un debate profundo sobre el modelo de ciudad que queremos para las próximas décadas, sobre la ciudad que esperamos legarle a nuestras futuras generaciones.

-¿Cuáles son los criterios a considerar para intervenir sobre el patrimonio edilicio?

En toda intervención es básico respetar la esencia del edificio. Tanto la restauración como la rehabilitación buscan salvaguardar una pieza histórica. Simplificando, la diferencia entre ambas operaciones está dada por el nivel de modificación de la situación de origen del edificio. La restauración es más medida que la rehabilitación. Sin embargo, ambas intervenciones se rigen por principios comunes.

Probablemente, en una rehabilitación se conservarán menos elementos originales, pero aquellos que se mantengan serán tratados con los mismos procedimientos y cuidados de una restauración. Y una restauración está regida por una serie de principios básicos, como son: el máximo respeto por las partes originales, la mínima intervención, la diferenciación de las partes intervenidas y la reversibilidad de las operaciones realizadas, entre otras.

Es importante subrayar que los límites del “patrimonio” dependen del grupo social que lo reivindica y lo sostiene como tal. Con lo cual, es probable que no todas las construcciones que existen puedan conservarse. Pero la selección de cuáles objetos hay que conservar y cuáles no debe responder a pautas ligadas a la historia y a la cultura del lugar.

-¿De qué modo debe articularse la presión inmobiliaria con la preservación edilicia?

La demanda del mercado de suelos tiende a poner en crisis a la arquitectura de valor patrimonial. En general, el problema está dado por el desfasaje que existe entre el universo de elementos arquitectónicos valiosos de una ciudad y el listado de los bienes protegidos, que suele ser relativamente pequeño y cuya identificación y catalogación requiere de un proceso lento y complejo, que entre tanto deja abierta la posibilidad de que se demuelan construcciones valiosas.

Con estas demoliciones se destruyen los ámbitos urbanos relevantes que aún subsisten. Cada vez quedan menos conjuntos relativamente homogéneos que dan cuenta historia en alguno de los momentos de su desarrollo. La pérdida es tan marcada que está generando la reacción de los ciudadanos que ven avasallado su entorno, su modo de vida y su memoria. En este marco, el desafío pasa por encontrar una nueva forma de planificar las ciudades que incluya, por ejemplo, la conservación del patrimonio arquitectónico y natural.

La conservación del patrimonio no está en contra de la planificación de la ciudad, es un aspecto de ella. Las restricciones al dominio que genera no son diferentes, en términos administrativos y legales, a las que establecen el resto de las normas de cualquier código. Se acepta que no se puede instalar una industria en una zona residencial, pero cuesta admitir que determinados edificios valiosos del pasado deban rehabilitarse y no demolerse. Hoy no se concibe el desarrollo de una ciudad que no sea sostenible y respetuosa de su ambiente.

-¿Qué retos profesionales debió afrontar en las intervenciones que le tocó actuar?

Hay cierta diferencia entre intervenir en edificios o conjuntos que siguen en uso de aquellos que no. Los que forman parte del segundo grupo, que suelen denominarse “ruinas”, al haber perdido parte de sus componentes, también dejaron de ser habitables. Se conservan en tanto testimonio histórico y pueden haberse convertido en un atractivo turístico. Este es el caso de los sitios prehispánicos como el Pucará de Tilcara (Jujuy) y de las Misiones Jesuíticas Guaraníes, como San Ignacio Miní (Misiones).

En estos proyectos el desafío, más allá de los aspectos físicos de la conservación de los materiales, pasa por compatibilizar la explotación turística del recurso con su salvaguardia. De no lograrlo, la sobrecarga o la falta de un adecuado manejo de los visitantes se convierten en factores de destrucción, a veces, muy importantes.

Por su parte, en los edificios “vivos” es necesario hacer adaptaciones y/o actualizaciones que den respuesta a los requerimientos contemporáneos de funcionamiento y de confort. Dentro de esta categoría de edificios hay también distintas situaciones. No es lo mismo recuperar una iglesia histórica, como Nuestra Señora de la Merced, que trabajar con una vivienda de fines del siglo XIX.

En la primera el acento está puesto en el rescate de todos aquellos elementos artísticos que la conforman (vitrales, retablos, pintura mural, pintura de caballete, etc.). En la vivienda hay que poner el peso en las adaptaciones tecnológicas y funcionales requeridas para que se cumpla con los requerimientos de uso actual, dando soluciones eficientes, pero que resulten de bajo impacto. Tampoco es lo mismo trabajar con edificios que con espacios abiertos, como El Rosedal de Palermo, donde la exposición a la intemperie, el potencial vandalismo de los visitantes y el mantenimiento son variables a considerar.

Hay que tener en cuenta que en este campo no hay recetas. Debe analizarse cada caso, partiendo siempre de un buen diagnóstico de situación. La suma de formación específica y experiencia es central a la hora de dar con las soluciones más convenientes. Y por último, es necesario destacar que los proyectos de intervención sobre el patrimonio cultural contienen siempre un nivel de complejidad que obliga a trabajar en equipos multidisciplinarios, cuya conformación esté en sintonía con las características del edificio a intervenir y de los problemas a solucionar.